“…hubo un momento en el que caí en la cuenta de que había estado viviendo algo sin disfrutarlo, tal vez, como mereciera.”
Me pasé años, tal vez toda mi juventud y parte de mi adolescencia, deseando largarme de Gijón y probar las mieles de las grandes ciudades europeas, Londres, París, Berlín… recorrer las calles , las tiendas de discos, los clubs, los bares o las tiendas de ropa de los puntos neurálgicos creadores de la música que consumía compulsivamente, también estaba Nueva York, claro, y cuando el sol asomaba no descartaba California, sopesaba dejarme caer por San Francisco o Los Ángeles. Gijón me parecía, las más de las veces, un lugar triste y aburrido en el que no pasaba nada o siempre pasaba lo mismo. Tuve esa sensación cuando ya estaban los grandes conciertos, la mantuve cuando iba a un bolo diferente cada sábado, e incluso cuando escuché por primera vez una canción de Nick Cave & The Bad Seeds en un bar, concretamente “Tupelo”, concretamente en el bar La Plaza. Así que me fui, claro, anduve por Galway y Dublín y descubrí que las colinas lejanas siempre parecen más verdes, pero no siempre lo son, y me extradité por amor, y volví por necesidad, y hubo un momento en el que caí en la cuenta de que había estado viviendo algo sin disfrutarlo, tal vez, como mereciera. Fue la tarde en la que me fui con Manu Molina, también recuerdo a Iker González y Nacho Vegas por los alrededores de aquel concierto y aquella noche, a ver a la Neubaten a la Feria de Muestras.
“…los putos Neubaten en Gijón, a menos de diez minutos de mi casa en el barrio de La Arena. Igual algo me había estado perdiendo.”
A ver, los putos Enstürzende Neubaten en la puta Feria de Muestras, en la que yo había vendido durante años herramientas, allí, en uno de sus pabellones, estaban los putos hechiceros del óxido, el silencio, los herrajes y el ruido, los putos Neubaten en Gijón, a menos de diez minutos de mi casa en el barrio de La Arena. Igual algo me había estado perdiendo.
“…caí, poco a poco, lentamente, mientras desenvolvía el velo que ocupaba no solo mis ojos sino mi cuerpo entero, en que estaba en el lugar en el que quería quedarme…”
Pero el caso es que no, no me lo había perdido, eché la vista atrás y resulta que estuve en aquellos conciertos, aquellas salas, aquellos festivales de Cine felizmente interminables. Como si me quitara una gasa delicada pero pegada a modo de segunda piel, noté como caían gotas pegajosas de prejuicios y ceguera, noté que había estado a punto de ser parte de quienes echaron creyendo que se iban, como más tarde me dijo César Rendueles, y tras sopesar mis opciones caí, poco a poco, lentamente, mientras desenvolvía el velo que ocupaba no solo mis ojos sino mi cuerpo entero, en que estaba en el lugar en el que quería quedarme, en el que no tenía que pasarme dos horas en metro, luego bus, luego cola, luego caro, luego paseo, para ver un evento, en el que la oferta cultural local incluía bandas a las que hubiera ido a ver al fin de un festival, y con las que podía, además brindar, que vivía en un lugar resquebrajado, quizá, pero no hundido, agotado en apariencia pero palpitante todavía, un lugar en el que aquel bar, La Plaza, cumple 26 años y sigue abierto, y al que yo sigo yendo, y sigo bailando, descubriendo, conociendo, besando, un bar que cumple años y para celebrarlo se trae lujos de aquí, como Nacho Álvarez y el Cuarteto Bendición o las imprescindibles Pauline en la Playa, de algo más allá, como La Estrella de David, y al tipo que ha modelado la música más excitante que he ido escuchando todos estos años, haciendo suyo, además el repertorio del genio lascivo; Serge Gainsbourg a través de Mick Harvey (y una banda de lujo), en la sala que fue mi primer cine. Aquí, aquí al lado, a tiro de piedra rodante de París, Londres, Berlín, Los Ángeles o Nueva York, aquí, por La Plaza y en Gijón. Luxury!